Encuentro, en mi librería de viejo favorita, un libro más perteneciente a la bien cuidada colección Tras 3 Letras de la editorial Krk. El autor, Jakob Wassermann: un auténtico desconocido para mí -tengo bastante desatendida la literatura en lengua alemana de principios de siglo xx-; sin embargo, uno de los títulos que componen el volumen es muy sugerente: El arte del relato. Abro y echo un vistazo. Observo que se trata de un diálogo entre un joven y un anciano, ambos escritores, claro. Supongo que el joven será renovador y con influencias de la vanguardia, y que el anciano, como buen tradicionalista, estará en contra de la nueva estética praticada por el joven. Decido comprarlo. Lo llevo al trabajo y lo leo de una sentada. Espléndido. Hermoso. No me defrauda en absoluto, sino todo lo contrario: no esperaba tanto de un autor, para mí -repito-, desconocido. Reproduzco aquí una de las primeras intervenciones del anciano de esta interesante conversación.
ANCIANO: Hay tres clases de escritores: aquellos que tienen un estilo propio y son capaces de cultivarlo hasta una perfección suprema, aquellos que buscan un estilo propio y, finalmente, aquellos que hallan un estilo vulgar y se comportan con él como los huéspedes de una taberna con las mesas, jarras y sillas: nunca serán dueños de su palabra, de sus pensamientos, de sus construcciones, se les congelará la vivencia más ardiente, los sentimientos sublimes serán triviales, toda inspiración será intención, toda influencia ajena, imitación, todo lo intenso, brutal y lo fino, flojo. Pero no vamos a hablar de esos escritores que proporcionan mercancía a la gran masa. Tu perteneces a la segunda clase.
Jakob Wassermann, Sturreganz. El arte del relato, ed. de Héctor Canal, Oviedo, Krk, 2010.
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