Les dejo la presentación que Josefina Martínez, Catedrática Emérita de Lengua Española de la Universidad de Oviedo y Directora de la Cátedra Alarcos, realizó sobre el último libro de José Luis García Martín, Arena y nada, el 21 de diciembre en el Club de Prensa de La Nueva España.
Presentación de Arena y nada, de José Luis García Martín
Decía el rabino de Carrión, D. Sem Tob, en sus Proverbios Morales, allá por las postrimerías del siglo XIV “Pues que aquella rueda / del cielo una hora / jamás está queda / peora e mejora”. En versión actual: "Puesto que la rueda del cielo no está jamás queda una sola hora, sino que empeora o mejora…"
Y dice la copla, menos académica, pero íntimamente arraigada en la vida cotidiana: "Cómo han pasado los años / las vueltas que da la vida / y aquí estamos frente a frente / como dos adolescentes / como la primera vez."
Cuarenta años han pasado desde aquella primera vez cuando aterrizaba en la Facultad de la Plaza de Feijoo, un muchacho delgadillo, tímido (como lo es ahora, pero sin la coraza epidérmica que con el tiempo se fue labrando), de mirada inquieta y burlona, pelo y barba cumplida y ademán sosegado; y una muy joven profesora, aprendiz de filóloga, con decidida vocación docente, se aplicaba en mostrar a sus alumnos, con mayor o menor éxito, la maravilla variopinta de la lengua, el fluir incesante de ese río, desde sus orígenes hasta la desembocadura, escrudiñando en el funcionamiento y vericuetos de la lengua española.
Este jovenzuelo de que les hablo, un punto insolente, que incordiaba y sacaba de quicio a muchos colegas, era un buen estudiante, ávido de saberes, curioso por conocer el mundo desplegado y amplio de la literatura.
Estaba claro que su entusiasmo por la cosa lingüística era más bien escaso; él era un estudioso de la literatura y ya escribía poemas; “adolescentes poetas posados ante él como estorninos en los alambres de telégrafo”. Así llamaba Dámaso Alonso en un poema a los alumnos interesados exclusivamente por la literatura. La yod, la metafonía inducida por las vocales finales, la distribución de las palatales laterales en la Península, la proclisis o enclisis del artículo… (¿a quién pueden emocionar, sino al adusto filólogo, esas criaturas desvalidas y tristes que son los fenómenos lingüísticos?
Sin embargo a José Luis, el alumno de esta remembranza no le eran ajenas las consideraciones de que la lengua ha sido siempre el gran instrumento de conocimiento, de expresión, de influjo voluntarista del hombre, que es hombre desde que es un ser que habla.
La profesora bisoña de entonces, la que hoy les habla, y Alarcos de quien también fue alumno, siempre se percataron de que García Martín era un alumno singular, inteligente, maduro, de gran sensibilidad, con las ideas muy claras y decisiones muy precisas sobre el futuro. A buen seguro que él era consciente de esta simpatía alarquiana.
(García Martín conversando con Alarcos en presencia de Ángel González, Carlos Iglesias, Martín López-Vega y Javier Almuzara. Foto: Mario Rojas)
Una vez terminada la licenciatura, no perdió tiempo: sin descanso “nulla dies sine línea”, fue avanzando por la docencia: primero ganó las oposiciones de Literatura española en la Escuela de Magisterio, después en la Facultad. Y como los designios del Hado son imprevisibles, el poeta en ciernes de aquellos años 70, equilibrado producto de opuestos y complementarios, la fusión fortuita de los dos metales, uno vil y otro noble que dice Sem Tob: tierno y cruel, moderado e insolente, circunspecto y frívolo, solidario y egocentrista, humilde y prepotente, conciliador y dogmático, celoso de su intimidad y osado con la ajena en aras de juegos de ingeniosa frivolidad, estaba destinado de por vida a convivir con los Alarcos. Ya en la Facultad del Milán compartimos aula y alumnos, transitamos los mismos espacios y ocupamos despachos contiguos. Y en el 98 ocurrió lo fatal y desde entonces José Luis me animó, me ayudó y se convirtió en el editor fiel y amoroso de la obra literaria dispersa de Alarcos.
Y hace 14 años que oficiamos juntos ante el mismo público y en los mismo escenarios, cuasi como pareja de hecho y como tal discutimos a diario, discrepamos, nos acaloramos, y al día siguiente, si no aparece por el despacho lo echo de menos. Nadie conoce a José Luis mejor que yo y por eso lo quiero, y lo admiro con las virtudes de sus defectos y los defectos de sus virtudes.
Sin ningún desánimo, puesta la mira en la difusión de sus enseñanzas dentro y fuera del aula, sordo a los cánticos de las sirenas de los cargos directivos académicos, desarrolla una labor docente plural e intensa, explicando literatura española no sólo en la Facultad, sino en cualquier lugar del ancho mundo a donde le inviten, prestando desinteresada y animosamente, su juicioso criterio literario a quien haya menester.
La capacidad de trabajo de José Luis es aún más sorprendente si consideramos otras actividades suyas que pudiéramos llamar periféricas, pero que exigen tiempo y tiempo: tertulias, viajes literarios, presentación de libros, colaboración periódica en suplementos literarios, cursos, conferencias, seminarios, recitales poéticos en diferentes países y entidades; dirige la revista Clarín, que él fundó, y con asidua eficacia consigue que salga a la luz casi con la puntualidad de los diarios. Vive por y para la literatura en todas sus manifestaciones.
No le falta habilidad dialéctica para la polémica, ni capacidad para manejar la paradoja y la ironía, que puede levantar en los antagonistas desasosiego y malestar… Se pregunta uno de dónde saca tantas horas si además le sobran para departir con amigos, colaboradores y discípulos. Hay que pensar, como decía Unamuno, que las horas de García Martín son cúbicas y por tanto tienen más de 200.000 minutos cúbicos.
Nuestro pasmo crece al ojear sus publicaciones: obra poética propia, estudios sobre poesía española contemporánea, libros de viaje, ediciones y prólogos, diarios, relatos autobiográficos, etc… La calidad no es inferior a la cantidad: talento literario, agudeza de ingenio, brillantez expositiva y pertinaz tesón son los rasgos que informan toda su obra.
Y ahora este penúltimo libro, espléndido, “Arena y tiempo”, un compendio de recreaciones y variaciones sobre poemas de autores reales, más o menos conocidos, y de tradiciones bien definidas como el haiku o la poesía nórdica irlandesa, ordenados en series precedidas de un prólogo, todo ello producto del bagaje inmenso de lecturas de José Luis (hojea 6 libros al día y sólo lee 2).
En algunos casos se trataría del género etiquetado como literatura apócrifa, recurso literario bien conocido, por el que se atribuyen imaginariamente a los autores a quienes se trata de imitar, las propias creaciones personales, en un hábil y audaz ejercicio de suplantación de los poemas originarios emulados, por verosímiles falsificaciones literarias que, a veces, se hacen pasar por presuntas traducciones.
El libro cuenta con antecedentes bien señeros en la literatura española de todos los tiempos. Recordemos como más cercano el libro de Víctor Botas Segunda mano y hacia atrás los juegos imaginativos más complejos, desde Max Aub hasta Borges.
Lo he leído y releído y lo he disfrutado enormemente. Empezando por el magnífico prólogo “La biblioteca imaginaria” hasta el último haiku no tiene desperdicio. La B.I. es una brevísima pieza literaria deliciosa; un relato autobiográfico ficcionado, donde literatura y vida se funden en una suerte de metáfora, lirismo y humor regocijante.
Los poemas son de un poeta muy maduro, muy consciente de su senda, desprovisto de resonancias miméticas, que insiste en la búsqueda constante de la verdad profunda del ser en sus oscuras galerías, valiéndose de las palabras, herramienta sutil que da nombre a las cosas (G.M.).
Los comentarios que acompañan a cada serie son verdaderos poemas en prosa, como los movimientos de una sinfonía bien modulada y en su conjunto constituyen una auténtica Poética, donde poeta y crítico se mueven a sus anchas, diciendo lo mismo y lo contrario, reflexionando sobre el proceso creador, la verdad que subyace a toda ficción, a la literatura, el sentido de la vida y de la muerte, el amor, la soledad, el dolor…
Cualquier poema no es más que el borrador de un poema. La versión final corresponde al lector, dice García Martín. Sin embargo, aunque es cierto que si la poesía no se comunica no existe, aunque no se difunda, el producto del proceso creador tiene siempre un destinatario: el propio poeta, que solo se entera verdaderamente de su mensaje -mejor, de su descubrimiento- ante el poema concluso e inevitable. El poeta trata de aclarar para sí mismo la experiencia. Si otros lectores y no solo el poeta reconstruyen el proceso de este descubrimiento, miel sobre hojuelas. Pero la poesía está ahí, en el poema, en las insustituibles palabras del poema.
Es hora de que nos hable el autor, que es el protagonista del festejo. Cuando J. L. me invitó a que le acompañase en esta presentación, me sentí muy halagada, pero con el temor de no saber reflejar cumplidamente sus méritos. Temores pudorosos, porque es luenga y remota la relación de amistad casi familiar que me une a él. He procurado que ni la emoción ni el afecto perturbasen mi ecuanimidad. Pero hacia atrás veo el desfile lento y mudo de tantas décadas comunes en alegrías y tristezas, rostros pretéritos ya sigilosos y hacia adelante la espera del futuro escaso. La memoria sentimental revive inevitablemente escenas antiguas.
En este curso postrero de nuestros ríos, querido José Luis, las aguas avanzan en calma. El seguro azar de entonces vuelve a reunirnos: en aquel momento para augurar tu espléndida carrera literaria; ahora para dejar constancia explícita de tu labor, todavía larga de esperanza en el porvenir. Felicidades, amigo, y que nos sigamos viendo como cada día, porque como decía Sem Tob:
"Turable plazer puedo / dezir del buen amigo / lo que me diz entiendo, / e él lo que yo digo."
Josefina Martínez Álvarez
Club de Prensa de La Nueva España. 21 de Diciembre 2011
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Preciosa presentacion. Gracias por compartirla Jose Luis.Estoy deseando leer Arena y nada.
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