Si uno es poeta y al entrar en una librería encuentra un libro con el título de Contra los poetas, no cabe duda de que lo considera una provocación. Bueno, pues éste es el propósito de Witold Gombrowicz: provocar un cambio de actitud entre los poetas. En este libro se recoge una serie de escritos publicados, en diversos medios, en la década de los 50. El autor polaco ataca a la poesía pura, ya que le parece encerrada en un hermetismo caduco y obsoleto, fuera de la realidad contemporánea. Propone, pues, una poética de menor empaque, de tono dialogado y que sea más accesible para los lectores. Acusa a los poetas de vivir en un "mundo cerrado" y de escribir para la virtud del propio arte. Es decir, todo lo contrario de la premisa de Wilde: "el arte por el arte".
Puede que tenga algo de razón Gombrowicz, pero debo darle la razón al irlandés. Es cierto que los poetas viven en una pecera hermética: se agrupan en diferentes estéticas; se reunen en tertulias reducidas; editan modestas revistas en las que se meten unos con otros; y, la mayoría, vive "por" y "para" la creación poética. Pero ¿es acaso la lírica un género de masas? ¿De verdad habría más lectores si no resultara difícil? Me resulta impensable creer que por bajar el tono, cambiar el lenguaje culto por uno más dialogado o común, anteponer los temas cotidianos a la temática culta (historia, mitología, metaliteratura,etc.), de acabar con los metros clásicos y de rebajar el uso de recursos líricos, vayamos a tener una masa incalculable de seguidores. La poesía siempre ha tenido, a lo largo de la historia, un conjunto mínimo de incondicionales. No le podemos pedir a alguien (que no esté educado con una cierta sensibilidad estética) que se ponga a leer poesía sin más. No, señores, desengañémonos. Un poeta nunca venderá millones de libros ni se amontonarán millones de seguidores a velar el cadáver tras su muerte.
No. La poesía siempre formará parte de un grupo reducido: unos pocos chiflados, como el que escribe o el que está leyendo este post.
Witold Gombrowicz, Contra los poetas, trad. de Francisco Ochoa de Michelena, Madrid, Sequitur, 2009.
Puede que tenga algo de razón Gombrowicz, pero debo darle la razón al irlandés. Es cierto que los poetas viven en una pecera hermética: se agrupan en diferentes estéticas; se reunen en tertulias reducidas; editan modestas revistas en las que se meten unos con otros; y, la mayoría, vive "por" y "para" la creación poética. Pero ¿es acaso la lírica un género de masas? ¿De verdad habría más lectores si no resultara difícil? Me resulta impensable creer que por bajar el tono, cambiar el lenguaje culto por uno más dialogado o común, anteponer los temas cotidianos a la temática culta (historia, mitología, metaliteratura,etc.), de acabar con los metros clásicos y de rebajar el uso de recursos líricos, vayamos a tener una masa incalculable de seguidores. La poesía siempre ha tenido, a lo largo de la historia, un conjunto mínimo de incondicionales. No le podemos pedir a alguien (que no esté educado con una cierta sensibilidad estética) que se ponga a leer poesía sin más. No, señores, desengañémonos. Un poeta nunca venderá millones de libros ni se amontonarán millones de seguidores a velar el cadáver tras su muerte.
No. La poesía siempre formará parte de un grupo reducido: unos pocos chiflados, como el que escribe o el que está leyendo este post.
Witold Gombrowicz, Contra los poetas, trad. de Francisco Ochoa de Michelena, Madrid, Sequitur, 2009.
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