Para mí todos los viernes son santos. Después de un partidito de pádel a media tarde, para desoxidar mi maltrecho cuerpo, me dirijo, por inercia, a la tertulia. ¿Ya os imagináis de qué os hablo? El rito comienza en casa: recopilando las lecturas de la semana, los libros raros que te encuentras en las librerías de viejo, los suplementos culturales, las noticias que a uno le van llegando: que si fulanito ganó un premio, que si menganito va a publicar su libro... Y poco a poco, el maletín se va llenando.
Luego llegas al café, y la mesa, en un principio vacía y en la que apenas reposan unas tazas, se va cubriendo de libros y revistas, de periódicos y manuscritos. Las sillas se van ocupando por contertulios que se dejan caer a cuenta gotas: poco a poco se va formando el círculo de soledades juntas.
Pero hoy el trayecto será distinto: estamos de mudanza. La cafetería de la calle del Rosal, que nos ha atendido durante tantos años, ha cerrado. Así que en este viernes santo, como nazarenos en procesión, llevaremos nuestras almas -y nuestros bártulos- en busca de un café que nos acoja .
Fotos de María Jesús Flórez.
Qué lejos estáis, qué nostalgia...
ResponderEliminarSi te sirve de consuelo, es rara la tertulia en la que no salga tu nombre. Y, por otra parte, creo que todos enviadiamos tu climatología: menudo frío hace aquí!
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