jueves, 29 de diciembre de 2011

GATOS SIN DUEÑO: Lorenzo Oliván presenta a José Luis García Martín


El pasado martes, 27 de diciembre, tuvo lugar la presentación del reciente libro de José Luis García Martín Arena y nada (La Grúa de Piedra), en el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander. Les dejo con el texto que el poeta Lorenzo Oliván leyó a modo de presentación.

                                 Foto (Se Quintana) Diario Montañés

GATOS SIN DUEÑO

Hoy tengo el gusto de poder presentar en mi tierra (no es la primera vez que lo hago, pues también presenté hace años en el Aula de Letras su libro de poemas Al doblar la esquina) a un amigo que me acogió con mucha generosidad  en la suya durante siete años, en mi etapa de universitario.
            Así que he decidido hablarles de él primero desde una mirada entrañable, como si dijéramos con las gafas de la sola amistad,  y luego desde una mirada más neutra, con las gafas del crítico.



            CON LAS GAFAS DE LA SOLA AMISTAD

            Lo primero que tengo que decir es que José Luis García Martín resulta un amigo puñetero, picajoso, punzante, fustigador, enredador, liante, discutidor hasta el más puro delirio, un amigo en definitiva que te obliga a estar con la espada de la inteligencia y del ingenio desenvainada, siempre dispuesta al abordaje, si no quieres dejarte arrancar la piel a tiras, ser colgado del palo mayor o arrojado a los tiburones. Seguro que mis neuronas, en buena parte por él, se volvieron menos acomodaticias desde que lo conocí allá por 1987 (hace ya casi 25 años, qué vértigo),  y que tienen que agradecerle  el arte sutil de la conversación que le saca punta a todo,  esa conversación en la que uno jamás puede bajar la guardia, en la que se busca  la chispa, y la explosión de los argumentos enfrentados, por el bien de la intensidad, y por el bien, en expresión literaria, del ruido y la furia que no cesan y que hacen que la fiesta no decaiga jamás.
            Él ha contado muchas veces, y también lo cuenta en el prólogo del libro que presentamos hoy, el deslumbramiento que le produjo cuando tenía 14 años su visita a la primera biblioteca, que suponemos la del número 3 de la calle Jovellanos en Avilés. Sin ese descubrimiento no se entiende al Martín devorador de libros, y al Martín que los reinventaba y cambiaba en su cabeza porque sólo le dejaban sacarlos de uno en uno, y  porque existían los fines de semana y las vacaciones. Imagínense ese deslumbramiento de un adolescente y ahora imagínense a jóvenes de 18 y 19 años, con sus primeras y pedestres lecturas poéticas, a los que alguien como García Martín abre de par en par su biblioteca personal, repleta de la más variada poesía extranjera y española. Mis amigos y yo, poetas como José Luis Piquero, Pelayo Fueyo, Xuan Bello, Silvia Ugidos, Javier Almuzara y tantos otros, tuvimos a nuestro alcance, a esa edad crucial, una casa llena hasta los topes de poesía de todos los tiempos y lugares para hacer las delicias de cualquier paladar. Hay que decir al respecto, en contra de la imagen de dogmático que tienen de él algunos, que García Martín, al pedirle consejo sobre lecturas posibles, siempre nos recetaba, según el estilo o poética que viese en cada uno de nosotros, autores distintos, con los que pudiésemos sintonizar. Y en las celebraciones era asimismo el amigo que conoce bien tus gustos y elige el regalo mejor, la lectura que sabía que te tocaría más fibras sensibles.
            En aquella época, este temido crítico tenía asignada una página entera en el suplemento cultural del periódico principal de Asturias, La Nueva España. A menudo yo cambiaba las clases de los viernes en la Facultad de Filología por la lectura, en cualquier café de Oviedo, de esos apasionantes artículos. Y si había discrepancias o emocionada coincidencia de pareceres o dudas que se me habían creado, me acercaba a tomarme con él el segundo café de la mañana, éste bien conversado, en Los Porches. En la Facultad jamás me hablaron de Rilke, de Keats, de Kavafis, de Auden, de Eliot, de Larkin, de Eugenio de Andrade, de Pessoa (bueno, sí, una analfabeta que por no saber no sabía que Alberto Caeiro era un heterónimo). No digamos ya nada de escritores y poetas últimos. Sin embargo, por paradojas de la vida la Universidad ovetense malgastaba por entonces  la sabiduría de  García Martín teniéndole enseñando fonética o no sé qué otra rama de la lingüística en la Escuela de Magisterio.

            Supongo que él se vengaba  dando clases magistrales en las tertulias Oliver y San Remo, donde el que aquí les habla aprendió más de poesía que en todas las asignaturas y en todos los cursos de doctorado universitarios.
            La crítica suele estar empeñada en sumarle estatura a quien hace tiempo que ya no crece más y en restársela  a quien sí que está en edad de crecimiento. En ese contexto habitual, García Martín, muy juanramonianamente, siempre ha alentado a los jóvenes, ha puesto peros a los mayores, y ha enterrado a alguna que otra momia de olor rancio que, según otros, salía de su tumba en olor de multitudes. Donde el crítico corriente nunca se moja, él acostumbra a soltar un fresquísimo y sano chaparrón. A veces se le descubre contando sólo una media verdad, pero como contrapartida muchas veces es el único que se atreve a contar verdad y media.
            Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con lo que opina, con algunas de sus valoraciones del hecho poético o con su canon personal. Así y todo no creo que haya nadie que le pueda discutir su profundo conocimiento de la poesía, en especial de la de los últimos 111 años, por utilizar una cifra redonda, es decir, de la de todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI.
            “Era duro estar solo, pero mucho más aún sentir vergüenza de estar solo”, dice en uno de sus poemas. Pese a tanta tertulia y tanta charla, pese a tanta crítica atrevida y demoledora, estamos ante un gran solitario y un gran tímido. De ahí su necesidad de fabricarse una segunda piel, una coraza; de ahí su pasión por Pessoa y los juegos de apócrifos. Cuando dirigía la revista Jugar con fuego más de uno felicitó a Ángel González o a Francisco Brines por poemas supuestamente de ellos que había escrito el propio García Martín.
            Hay un Martín chispeante, puñetero, sabio, sagaz, analítico, que es el que lleva brillantes gafas de miope y es el que mira hacia fuera. Pero a veces en la tertulia se quitaba las gafas un momento y con ellas un pedazo de máscara, y asomaba el rostro cansado, frágil, sensitivo, interrogante, angustiado del solitario que es. El que asoma en su mejor poesía, en títulos para mí indispensables como Treinta monedas o el citado Al doblar la esquina, esa poesía llena de monólogos dramáticos, esa voz llena  voces que nos hablan en silencio cuando uno, alejado del cliché en que nos encasilla un rol social, encerrado consigo mismo sólo puede hacer tertulia con su legión de fantasmas.
           


CON LAS GAFAS DEL CRÍTICO

            García Martín nos da el dato en la introducción de Arena y nada de que suele hojear al menos 5 libros al día, de los que acostumbra a leer uno en profundidad. Si multiplican esa cifra por 365 días y por, pongamos, 45 años la cifra que se obtiene es la de 82.125, libros de los que este lector voraz habla con algún mínimo conocimiento de causa o con muchísimo conocimiento de causa. Pero es que estamos ante un autor que ha practicado todos los géneros y que lleva más de medio centenar de títulos publicados entre poesía, ensayos, diarios, narrativa, teatro o traducciones. Sólo en este año 2011 han aparecido el conjunto de relatos Las noches de verano, la antología poética La aventura, el diario Para entregar en mano, Lecturas y lugares (entre el diario y el artículo literario) y el libro de versiones que hoy presentamos.
            No resulta de extrañar que una de las sombras tutelares de este escritor sea Borges, no sólo por su erudición, sino por la mezcla que se da en el maestro argentino de una erudición de verdad y de mentira.
            En su primera gran recopilación de versiones y traducciones, La Biblioteca de Alejandría, decía haberse inspirado en títulos harto significativos. Quédense con ellos : Versiones y diversiones de Octavio Paz o Aproximaciones de José Emilio Pacheco. Yo añadiría, aunque allí no se menciona, el de su amado amigo Víctor Botas, Segunda mano, en el que Botas arremetía contra los traductores fieles diciendo que la fidelidad en este terreno de la traducción suele denotar una clara impotencia.  En la misma dirección, García Martín afirma: “Los libros son material perecedero que necesita renovarse cada día. En materia de lectura no tengo nada de amante fiel, sino más bien de promiscuo don Juan” y se define como “sultán libidinoso que no se conforma con su nutrido harén”.
            Estamos ante una especie de gran caníbal de la poesía, que cree que cada lector ha de hacer de ella carne de su carne, en un acto desaforado de amor, que da riqueza al propio hecho poético.

            Por si alguno no se ha dado cuenta a estas alturas el escritor que hoy tenemos aquí es un tipo con carácter al que le gusta tener en todo la última palabra, y que ha hallado en este terreno de la traducción un campo perfecto para poner sus puntos sobre sus íes y para enmendarle la plana al más pintado. Si ya le he retratado antes inventándose poemas de Ángel González o de Brines, ¿cómo no va a inventarse poemas de autores lejanos en el espacio o el tiempo o incluso por qué no va a inventarse a los autores mismos? Sabemos por ejemplo que Yakamochi, al que aquí se le atribuye un poema titulado “Dentro y fuera”, fue un poeta japonés del siglo VIII, uno de los compiladores de la primera antología poética en la historia japonesa,  en la que él  transcribió, reescribió y rediseñó un número desconocido de antiguos poemas. García Martín no sólo reescribe y rediseña sino que va mucho más lejos. Para comprobar la labor de reescritura basta con comparar por ejemplo el poema dedicado por Antonio Beccadelli a una prostituta y el que nos encontramos en “Arena y nada”, con cambios, cortes importantes y modificación radical de la estructura originaria buscando un final más contundente. Pero aparte uno se pregunta si junto al Yakamochi real existieron o no Kon Myógum, Tu Chi Nang y tantos otros, o García Martín está jugando a engañarnos como a chinos. ¿Hemos de creer que en la Ville de Menton encontró un borrador inédito  de Jean Cocteau  que traduce coplas populares escuchadas durante sus estancias en Andalucía o estamos ante legítimos juegos de espejos que ya utilizaron en nuestra propia literatura Fernando de Rojas o Cervantes? Cada cual que haga sus apuestas, pero para despejar la incógnita deberían tener en cuenta que a este autor le apasionan las fantasmagorías y que por estas páginas cruza el fantasma de un tal Alvaro Fueyo que recuerda al poeta de carne y hueso Pelayo Fueyo, y aparecen unos supuestos poemas de Benito Soto, el pirata de Pontevedra, que el traductor duda que sean de Benito Soto y que atribuye más bien a  Alvaro Cunqueiro. “A veces traduzco la clase de poemas que nunca me atrevería a escribir”, dejó dicho en La Biblioteca de Alejandría. Y como una gran mascarada podría verse este conjunto, pero , ojo, recordando que la impunidad de las máscaras saca a la luz a menudo una personalidad encubierta. ¿Cuánto de dolorosa confesión martiniana puede haber por ejemplo en estos tres versos atribuidos a Cocteau? : Qué triste / tener siempre razón / y equivocarme en todo”

            Aparte de como gran amante caníbal de la literatura, García Martín se retrata también como un adicto a los amigos y un adicto a los viajes. “Estas vagas antologías temáticas se leyeron en una reunión de amigos que lleva celebrándose puntualmente cada viernes, desde hace más de treinta años”, nos advierte. Teniendo en cuenta que son diez las secciones, la estructura recuerda vagamente el Decamerón, con sus diez jornadas, aunque aquí no cuadren a diez composiciones por cada una. En esas reuniones para dejarse ser en amistad, como decía Gil de Biedma, la peste de la que se huye es de la soledad, porque, contradiciendo a Pessoa, la literatura para este poeta, como se nos indica en una de esas diez partes,  siempre ha sido su manera de no estar solo.  Los viajes, como digo, y el ensalmo de los nombres constituyes otras presencias reales e importantes en el libro. Aquí pasamos del cementerio lisboeta “Prazeres” a “Charing Cross Roud”, haciendo escala en Mondoñedo o una villa francesa. Por ahí asoma mucho el escritor de diarios que habita el Hotel "Universo".
            En definitiva, he aquí un libro tan ancho como el mundo y que abarca miles de años porque quien lo ha escrito sabe que el hombre, en las culturas más distantes, no varía en lo esencial. (Jardines de bolsillo. 3000 años de poesía tituló García Martín su anterior recopilación de versiones).  Un libro cuyo fin es convocar sombras (a menudo tramposas, a menudo chinescas) que lo que resaltan es el perfil, las obsesiones, las predilecciones de quien las saca a la luz.
Un fragmento de “Pabellón chinés” atribuido a Kenneth Rexroth, habla de “Gatos caseros, gatos vagabundos, todos gatos sin dueño”. Eso son todos los  poemas del mundo para este autor: gatos sin dueño, que él hace suyos  convertido en el rey de los gatos, en un gato sabio, experto, de  mirada penetrante y, sobre todo, en un gato  con muchas, muchísimas ganas de liar la madeja.
En el mundo de la literatura, ¿quién puede querer liebres pudiendo tener gatos? Dejen que este libro de versiones y diversiones les dé gato por liebre, aunque sólo sea porque los gatos resultan infinitamente más misteriosos. Jueguen con el fuego que hay en estas páginas. Jueguen con el juego mismo y díganme luego si el gasto (y el gato) de comprar y leer Arena y nada no ha merecido la pena.                                                                                                                                 
  LORENZO OLIVÁN. Santander. 27 de diciembre de 2011


José Luis García Martín, Arena y nada, Santander, La Grúa de Piedra, 2011.
Ver la noticia en El Diario Montañés

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