Vivió un tiempo en un tiempo ya vencido.
Su mundo es árida, erudita escoria.
Sus dioses están muertos, y en la gloria
del verso aún canta todo lo perdido.
Amó la proporción y la belleza
que dan sentido y forma a cada cosa.
Y dio en el corazón que no reposa
apuntando certero a la cabeza.
Quien puso el pensamiento y la medida,
geometría hecha luz como el diamante,
perdura en verbo y alma a su partida.
Mi destino es el suyo: llegar vivo
al lejano lector que en este instante
lee el remoto poema que ahora escribo.
Javier Almuzara, Quede claro, Renacimiento, Sevilla, 2014.