UNA ARDIENTE BRUMA
Emily Dickinson
Te vestías de blanco
jugando a ser metáfora de ti,
dando cuerpo a la niebla hecha jirones
por la que discurrías.
Te vestías de un blanco sin historia,
porque en tu vida todo estaba aún
por escribir y tú misma eras página
absorta en la inminencia.
Te vestías de un blanco fragilísimo:
el color del que un día nada ve
por llevar, tembloroso, en su interior
un exceso de luz.
Cualquier persona al uso suponía
que entre cuatro paredes encerrabas
un alma tibia, sin devastaciones,
tú que sabías del horror más íntimo,
que amabas la belleza más voraz
y aquella soledad de estar con todo.
Contra el decir que traza huecos gestos
y la existencia gris, desposeyéndose;
contra la rancia fe del que no duda
y la razón armada de razón,
fantasma o niebla, ven y hazme olvidar
los Higginson de siempre. Entra en el blanco
silencio del papel. Háblame. Escucho.
Sólo atento a tu ardiente bruma al fondo.
de Libro de los elementos
No hay comentarios:
Publicar un comentario