Esto es lo que le digo a mi sobrino cuando intenta hacer algo sencillo y no lo consigue: ¡qué inutilidad! Pues bien, hoy me lo tengo que decir a mí mismo. Empeño la mañana en corregir las pruebas de imprenta del primer (y esperado) libro de Carlos Iglesias, El niño de arena, que saldrá en la colección Deva del Ateneo Obrero de Gijón. Después de más diez años de amistad compartiendo charlas y versos en cafés y revistas, y ver, de primera mano, como se va gestando este libro, no puedo negarme (es más bien una satisfacción) en echar una mano a mi amigo en la sinuosa y tediosa labor de corrección de pruebas. Más de una hora de lectura y no consigo ver ni una miserable errata; o la edición está perfecta o mi vista es una calamidad. Me temo que no he podido ayudar en el favor que me pidió Carlos, aunque él me haya hecho disfrutar esta mañana de domingo como ninguna otra.
Un libro muy esperado, ya tengo ganas de leerlo.
ResponderEliminarEl honor es mío, por estar entre tus "anaqueles", junto a tu pipa y el reloj de arena, y por contar, siempre, con tu presencia.
ResponderEliminarAbrazos.
Ya sabes: para lo que mandes.
EliminarUn adagio latino advierte que el buen lector no ve las erratas. A mí me ha consolado siempre mucho.
ResponderEliminarGracias, Enrique. Me consuela no ser el único.
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