Mi colección particular
LAS PIPAS
Con el paso del tiempo impone la experiencia
la creciente y extraña sensación
de que es sólo presente cuanto ansías.
No nutres ilusiones y asustan cualquier cambio
y cualquier novedad que el futuro proponga.
Basta con dominar las situaciones.
Hasta dejas de ser coleccionista.
Por poner un ejemplo convincente,
la colección de pipas la das por terminada.
Todo el que fuma en pipa,
aunque vaya ampliando el repertorio,
es más asiduo de las conocidas.
Las pipas nuevas de barniz intacto
son siempre imprevisibles
a la hora de atacarlas:
ni dimensión, ni forma ni dibujo
permiten que calcules cómo van a tirar.
Por eso la costumbre recomienda,
para que no te amargue su sabor,
no prodigar esfuerzos,
centrarse en unas pocas que sean suficientes,
aculotarlas bien, hacerlas a tu boca.
Se ha pactado con ellas en silencio.
Ellas dejan pensar mientras van consumiendo
la mezcla que se aviene a cada una.
Sabes cómo respiran, conoces sus caprichos
y el aroma que emanan al usarlas.
Para la intimidad prefiere el brezo:
las de espuma deslumbran a la gente
pero son más bien frías y tienden a apagarse.
Las pipas bien tratadas te permiten
una promiscuidad que no las daña
si sabes alternarlas con el ritmo adecuado.
Acaricias tranquilo sus curvas conocidas,
responden a tus manos con calor,
te miran con sus ojos
quemados por el fuego que alimentas,
y cantan para ti sus almas que crepitan.
Están todas marcadas por tus dientes.
En cuanto las enciendes cada una te pide
la fuerza de succión que necesita
para hacerte feliz. Y cuando tú te mueres
nadie te sustituye:
las pipas de los muertos no se fuman.
Francisco Díaz de Castro, Material para nunca, Sevilla, Renacimiento, 2011.