Este año me propuse revisar mis lecturas de poesía en lengua inglesa del siglo veinte. Tuve la suerte de encontrarme durante el verano -estación poco propensa a la publicación de libros- una antología de poemas de Malcolm Lowry, editada perfectamente -como suele tener costumbre- por Tusquets. Para mi satisfacción personal, la traducción y selección corren a cargo de Juan Luis Panero, el cual hace un magnífico trabajo. Panero -como dice en el prólogo- intenta recrear -con éxito- la voz del poeta de Cheshire, algo que se palpa desde los primeros versos. Lowry se encuadra perfectamente en ese tipo de escritor que tanto gusta al mayor de los Panero: el de los alcohólicos perdedores entusiasmados con la literatura; o lo que es lo mismo: forma parte de la tradición del mismo Juan Luis. La combinación de ambos es, por tanto, perfecta.
Destacaré del conjunto la semblanza que hace el señor Lowry sobre Rupert Brooke; poeta recientemente tratado en este blog y que, por cosa de magia, aparece con asiduidad en lo que leo.
LE GUSTABAN LOS MUERTOS
Al final de un día borrado, de una triste jornada,
trató de contar las cosas que de verdad le importaban.
Nunca había querido ser Rupert Brooke,
ni tampoco un gran amante
y sólo se acordaba de unas pocas cosas, cosas sencillas:
de su alma habitada siempre por el miedo
y que ahora vendería por una jarra de cerveza.
Parecía que apenas había conocido el amor
y que el terror era su sentimiento más profundo.
Le gustaban los muertos.
Para él, la hierba no era verde, ni siquiera hierba,
el sol no era el sol ni la rosa, rosa,
ni el humo era ya humo.
Malcolm Lowry, El trueno más allá del Popocatépetl, trad. de Juan Luis Panero, Barcelona, Tusquets, 2009.
Destacaré del conjunto la semblanza que hace el señor Lowry sobre Rupert Brooke; poeta recientemente tratado en este blog y que, por cosa de magia, aparece con asiduidad en lo que leo.
LE GUSTABAN LOS MUERTOS
Al final de un día borrado, de una triste jornada,
trató de contar las cosas que de verdad le importaban.
Nunca había querido ser Rupert Brooke,
ni tampoco un gran amante
y sólo se acordaba de unas pocas cosas, cosas sencillas:
de su alma habitada siempre por el miedo
y que ahora vendería por una jarra de cerveza.
Parecía que apenas había conocido el amor
y que el terror era su sentimiento más profundo.
Le gustaban los muertos.
Para él, la hierba no era verde, ni siquiera hierba,
el sol no era el sol ni la rosa, rosa,
ni el humo era ya humo.
Malcolm Lowry, El trueno más allá del Popocatépetl, trad. de Juan Luis Panero, Barcelona, Tusquets, 2009.
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