Para mí todos los viernes son santos. Después de un partidito de pádel a media tarde, para desoxidar mi maltrecho cuerpo, me dirijo, por inercia, a la tertulia. ¿Ya os imagináis de qué os hablo? El rito comienza en casa: recopilando las lecturas de la semana, los libros raros que te encuentras en las librerías de viejo, los suplementos culturales, las noticias que a uno le van llegando: que si fulanito ganó un premio, que si menganito va a publicar su libro... Y poco a poco, el maletín se va llenando.
Luego llegas al café, y la mesa, en un principio vacía y en la que apenas reposan unas tazas, se va cubriendo de libros y revistas, de periódicos y manuscritos. Las sillas se van ocupando por contertulios que se dejan caer a cuenta gotas: poco a poco se va formando el círculo de soledades juntas.
Pero hoy el trayecto será distinto: estamos de mudanza. La cafetería de la calle del Rosal, que nos ha atendido durante tantos años, ha cerrado. Así que en este viernes santo, como nazarenos en procesión, llevaremos nuestras almas -y nuestros bártulos- en busca de un café que nos acoja .
Déjame que te bese mil veces más y que cuando termine vuelva a empezar. Pero te advierto: siempre pierdo la cuenta cuando te beso. *
Esta tarde aburrida del mes de marzo, no sé de qué escribir, mejor me callo. Con mi silencio he compuesto una nada de siete versos. *
Como el maestro Berceo me apañaría con un vaso de vino por mi poesía. Son tiempos malos: no hay ningún tabernero que acepte el trato. de Señales de vida
Juan Antonio González Romano, Señales de vida, Sevilla, La Isla de Siltolá, 2009.
Concebir la poesía como un espejo formante y como un cuadro deformante; o, si acaso, como un cuadro que va diluyendo la expresión del rostro hasta convertirse en la falsilla del espejo, que es lo saben los lectores de nosotros.
*
Hay una forma de "democracia" en la poesía, que consiste en respetar a todo poeta, por muy distinta de la nuestra que fuera su visión del mundo, si es que goza de un estilo propio.
*
Cuando escribimos poesía tratamos, bajo cualquier pretexto humano, recrear nuestra personalidad en relación a las cosas del mundo, a fin de crear un canon intemporal que lleve nuestro nombre como referencia.
*
La lectura esencial de todos mis poemas no revela la figura de lo que he sido, sino de lo que debí ser.
*
No es que el tema favorito para los poetas sea el amor de forma directa, sino que todos los objetos poéticos están en armonía metafísica con un amor por todo lo humano.
*
Todo poema, aunque su tema exponga la tristeza de su autor, produce, no obstante, el placer de ser representación de una realidad personificada.
Pelayo Fueyo, Lección de Magia, Oviedo, Eikasia, 2005.
Mucho tiempo he esperado para tener en mis manos Las ciudades del hombre (Llibros del Pexe), de Antonio Rivero Taravillo; una espera que se ha hecho más larga de lo deseado, pero bien que ha merecido la pena. Resulta difícil -como bien dice la contraportada- rechazar la invitación que nos ofrece el autor: un viaje sentimental por la memoria del viajero en el que se mezcla calles con libros y plazas con películas, ciudades de piedra y asfalto, y ciudades construidas por la imaginación. Una espléndida colección de estampas, que va desde las principales capitales europeas, pasando por el Mondoñedo de Cunqueiro hasta la esquizofrénica Ciudad de México y la fervorosa Buenos Aires. De parada obligada resultan las Islas Británicas con sus queridas Dublín, Belfast y Londres. Pero si tengo que elegir una de entre todas, me quedo con Innisfree. Esa pequeña arcadia que imaginó y plasmó John Ford en El hombre tranquilo y, como buen tesoro de los sueños, puedes pasearte cuando quieras por sus caminos, tomarte una pinta y fumar una pipa con el pequeño Michaleen Flynn, discutir con el grandullón Will Danaher y ver pasear en tándem a Sean Thornton con Mary Kate. ¡Qué bonito sería levantarte cada día en "Blanca Mañana"! Gracias a Antonio Rivero Taravillo es posible.
Antonio Rivero Taravillo, Las ciudades del hombre, Gijón, Llibros del Pexe, 1999.
Aprovecho esta plácida mañana de domingo para ordenar en mis anaqueles las revistas literarias. Me encuentro, en el número 7 de la revista Reloj de Arena, con unas traducciones del tristemente fallecido Carlos Pujol sobre unos poemas de Stéphane Mallarmé, de los que dice:
Esta poesía de circunstancias -cumplidos galantes, versos de abanico, "distracciones de correos"- puede ser inimaginable en muchos poetas de gran talla, pero es muy propia de Mallarmé; el puro juego de la futilidad también deja ver sombras de melancolía, y se divierte tomando a broma lo que él mismo considera un oficio sagrado, que cuando se ejerce a modo de travesura o de rendibú tiene un aire muy cariñoso, entre desolado y burlón.
C. P.
Lo primero que leí de Carlos Pujol fue la magnífica introducción de Crimen y castigo de Dostoievski: el libro con el que descubrí el placer de la lectura. Una buena edición de Planeta con traducción de Rafael Cansinos Assens.
Entre 16 y 18 del pasado mes de noviembre, la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña celebró sus X Jornadas Poéticas. Juan Luis Panero inauguró el certamen ofreciendo un acercamiento a su poesía a través de sus escritores favoritos. Siempre es un placer escucharle. Asociación Colegial de Escritores de Cataluña
En primer lugar, me gustaría que fuera guapa, y que caminara cuidadosamente sobre mi poesía en el momento más solitario de la tarde, su cabello por el cuello húmedo todavía de lavárselo. Debería llevar puesto un impermeable, uno viejo, sucio por no tener bastante dinero para llevarlo al tinte. Sacará las gafas, y allí, en la librería, hojeará mis poemas, luego pondrá el libro en la estantería. Y se dirá a sí misma: "Por este precio, puedo llevar mi impermeable a la tintorería". Y lo hará.
Ted Kooser Traducción de Hilario Barrero
Hilario Barrero, Lengua de madera. Antología de poesía breve en inglés, Sevilla, La Isla de Siltolá, 2011.
Una vez terminada la lectura de Lengua de madera (La isla de Siltolá), de Hilario Barrero, dan ganas de volver a las primeras páginas y empezar de nuevo. Porque no hay poema en esta antología de poesía breve en lengua inglesa (de 300 páginas) que no sea un descubrimiento, un fugaz chispazo de buena poesía. A través de la selección podemos aprender dos cosas del autor: primero, que es un lector paciente y perseverante, ya que se nota que le ha llevado un largo tiempo de trabajo: sobre la recopilación, prácticamente no falta autor de renombre, y la traducción, estando sujeta al original, no está encorsetada; y, segundo, posiblemente estamos ante uno de los mejores conocedores de la poesía norteamericana contemporánea, que es el grueso del volumen. Muchos son los poemas a destacar, pero me decido por un bonito fogonazo de Jack Gilbert:
EN DESPRESTIGIO DE LA POESÍA
Cuando al rey de Siam no le gustaba un cortesano le regalaba un hermoso elefante blanco. La milagrosa bestia merecía tal ritual que cuidarla correctamente significaba la ruina. Pero cuidarla incorrectamente era peor. Y parece que el regalo no se podía rechazar.
trad. de Hilario Barrero
Hilario Barrero, Lengua de madera. Antología de poesíabreve en inglés, Sevilla, La Isla de Siltolá, 2011.
Les dejo la presentación que Josefina Martínez, Catedrática Emérita de Lengua Española de la Universidad de Oviedo y Directora de la Cátedra Alarcos, realizó sobre el último libro de José Luis García Martín, Arena y nada, el 21 de diciembre en el Club de Prensa de La Nueva España.
Presentación de Arena y nada, de José Luis García Martín Decía el rabino de Carrión, D. Sem Tob, en sus Proverbios Morales, allá por las postrimerías del siglo XIV “Pues que aquella rueda / del cielo una hora / jamás está queda / peora e mejora”. En versión actual: "Puesto que la rueda del cielo no está jamás queda una sola hora, sino que empeora o mejora…" Y dice la copla, menos académica, pero íntimamente arraigada en la vida cotidiana: "Cómo han pasado los años / las vueltas que da la vida / y aquí estamos frente a frente / como dos adolescentes / como la primera vez." Cuarenta años han pasado desde aquella primera vez cuando aterrizaba en la Facultad de la Plaza de Feijoo, un muchacho delgadillo, tímido (como lo es ahora, pero sin la coraza epidérmica que con el tiempo se fue labrando), de mirada inquieta y burlona, pelo y barba cumplida y ademán sosegado; y una muy joven profesora, aprendiz de filóloga, con decidida vocación docente, se aplicaba en mostrar a sus alumnos, con mayor o menor éxito, la maravilla variopinta de la lengua, el fluir incesante de ese río, desde sus orígenes hasta la desembocadura, escrudiñando en el funcionamiento y vericuetos de la lengua española.
Este jovenzuelo de que les hablo, un punto insolente, que incordiaba y sacaba de quicio a muchos colegas, era un buen estudiante, ávido de saberes, curioso por conocer el mundo desplegado y amplio de la literatura. Estaba claro que su entusiasmo por la cosa lingüística era más bien escaso; él era un estudioso de la literatura y ya escribía poemas; “adolescentes poetas posados ante él como estorninos en los alambres de telégrafo”. Así llamaba Dámaso Alonso en un poema a los alumnos interesados exclusivamente por la literatura. La yod, la metafonía inducida por las vocales finales, la distribución de las palatales laterales en la Península, la proclisis o enclisis del artículo… (¿a quién pueden emocionar, sino al adusto filólogo, esas criaturas desvalidas y tristes que son los fenómenos lingüísticos? Sin embargo a José Luis, el alumno de esta remembranza no le eran ajenas las consideraciones de que la lengua ha sido siempre el gran instrumento de conocimiento, de expresión, de influjo voluntarista del hombre, que es hombre desde que es un ser que habla. La profesora bisoña de entonces, la que hoy les habla, y Alarcos de quien también fue alumno, siempre se percataron de que García Martín era un alumno singular, inteligente, maduro, de gran sensibilidad, con las ideas muy claras y decisiones muy precisas sobre el futuro. A buen seguro que él era consciente de esta simpatía alarquiana.
(García Martín conversando con Alarcos en presencia de Ángel González, Carlos Iglesias, Martín López-Vega y Javier Almuzara. Foto: Mario Rojas)
Una vez terminada la licenciatura, no perdió tiempo: sin descanso “nulla dies sine línea”, fue avanzando por la docencia: primero ganó las oposiciones de Literatura española en la Escuela de Magisterio, después en la Facultad. Y como los designios del Hado son imprevisibles, el poeta en ciernes de aquellos años 70, equilibrado producto de opuestos y complementarios, la fusión fortuita de los dos metales, uno vil y otro noble que dice Sem Tob: tierno y cruel, moderado e insolente, circunspecto y frívolo, solidario y egocentrista, humilde y prepotente, conciliador y dogmático, celoso de su intimidad y osado con la ajena en aras de juegos de ingeniosa frivolidad, estaba destinado de por vida a convivir con los Alarcos. Ya en la Facultad del Milán compartimos aula y alumnos, transitamos los mismos espacios y ocupamos despachos contiguos. Y en el 98 ocurrió lo fatal y desde entonces José Luis me animó, me ayudó y se convirtió en el editor fiel y amoroso de la obra literaria dispersa de Alarcos. Y hace 14 años que oficiamos juntos ante el mismo público y en los mismo escenarios, cuasi como pareja de hecho y como tal discutimos a diario, discrepamos, nos acaloramos, y al día siguiente, si no aparece por el despacho lo echo de menos. Nadie conoce a José Luis mejor que yo y por eso lo quiero, y lo admiro con las virtudes de sus defectos y los defectos de sus virtudes. Sin ningún desánimo, puesta la mira en la difusión de sus enseñanzas dentro y fuera del aula, sordo a los cánticos de las sirenas de los cargos directivos académicos, desarrolla una labor docente plural e intensa, explicando literatura española no sólo en la Facultad, sino en cualquier lugar del ancho mundo a donde le inviten, prestando desinteresada y animosamente, su juicioso criterio literario a quien haya menester.
La capacidad de trabajo de José Luis es aún más sorprendente si consideramos otras actividades suyas que pudiéramos llamar periféricas, pero que exigen tiempo y tiempo: tertulias, viajes literarios, presentación de libros, colaboración periódica en suplementos literarios, cursos, conferencias, seminarios, recitales poéticos en diferentes países y entidades; dirige la revista Clarín, que él fundó, y con asidua eficacia consigue que salga a la luz casi con la puntualidad de los diarios. Vive por y para la literatura en todas sus manifestaciones. No le falta habilidad dialéctica para la polémica, ni capacidad para manejar la paradoja y la ironía, que puede levantar en los antagonistas desasosiego y malestar… Se pregunta uno de dónde saca tantas horas si además le sobran para departir con amigos, colaboradores y discípulos. Hay que pensar, como decía Unamuno, que las horas de García Martín son cúbicas y por tanto tienen más de 200.000 minutos cúbicos. Nuestro pasmo crece al ojear sus publicaciones: obra poética propia, estudios sobre poesía española contemporánea, libros de viaje, ediciones y prólogos, diarios, relatos autobiográficos, etc… La calidad no es inferior a la cantidad: talento literario, agudeza de ingenio, brillantez expositiva y pertinaz tesón son los rasgos que informan toda su obra.
Y ahora este penúltimo libro, espléndido, “Arena y tiempo”, un compendio de recreaciones y variaciones sobre poemas de autores reales, más o menos conocidos, y de tradiciones bien definidas como el haiku o la poesía nórdica irlandesa, ordenados en series precedidas de un prólogo, todo ello producto del bagaje inmenso de lecturas de José Luis (hojea 6 libros al día y sólo lee 2). En algunos casos se trataría del género etiquetado como literatura apócrifa, recurso literario bien conocido, por el que se atribuyen imaginariamente a los autores a quienes se trata de imitar, las propias creaciones personales, en un hábil y audaz ejercicio de suplantación de los poemas originarios emulados, por verosímiles falsificaciones literarias que, a veces, se hacen pasar por presuntas traducciones. El libro cuenta con antecedentes bien señeros en la literatura española de todos los tiempos. Recordemos como más cercano el libro de Víctor Botas Segunda mano y hacia atrás los juegos imaginativos más complejos, desde Max Aub hasta Borges. Lo he leído y releído y lo he disfrutado enormemente. Empezando por el magnífico prólogo “La biblioteca imaginaria” hasta el último haiku no tiene desperdicio. La B.I. es una brevísima pieza literaria deliciosa; un relato autobiográfico ficcionado, donde literatura y vida se funden en una suerte de metáfora, lirismo y humor regocijante.
Los poemas son de un poeta muy maduro, muy consciente de su senda, desprovisto de resonancias miméticas, que insiste en la búsqueda constante de la verdad profunda del ser en sus oscuras galerías, valiéndose de las palabras, herramienta sutil que da nombre a las cosas (G.M.). Los comentarios que acompañan a cada serie son verdaderos poemas en prosa, como los movimientos de una sinfonía bien modulada y en su conjunto constituyen una auténtica Poética, donde poeta y crítico se mueven a sus anchas, diciendo lo mismo y lo contrario, reflexionando sobre el proceso creador, la verdad que subyace a toda ficción, a la literatura, el sentido de la vida y de la muerte, el amor, la soledad, el dolor… Cualquier poema no es más que el borrador de un poema. La versión final corresponde al lector, dice García Martín. Sin embargo, aunque es cierto que si la poesía no se comunica no existe, aunque no se difunda, el producto del proceso creador tiene siempre un destinatario: el propio poeta, que solo se entera verdaderamente de su mensaje -mejor, de su descubrimiento- ante el poema concluso e inevitable. El poeta trata de aclarar para sí mismo la experiencia. Si otros lectores y no solo el poeta reconstruyen el proceso de este descubrimiento, miel sobre hojuelas. Pero la poesía está ahí, en el poema, en las insustituibles palabras del poema.
Es hora de que nos hable el autor, que es el protagonista del festejo. Cuando J. L. me invitó a que le acompañase en esta presentación, me sentí muy halagada, pero con el temor de no saber reflejar cumplidamente sus méritos. Temores pudorosos, porque es luenga y remota la relación de amistad casi familiar que me une a él. He procurado que ni la emoción ni el afecto perturbasen mi ecuanimidad. Pero hacia atrás veo el desfile lento y mudo de tantas décadas comunes en alegrías y tristezas, rostros pretéritos ya sigilosos y hacia adelante la espera del futuro escaso. La memoria sentimental revive inevitablemente escenas antiguas. En este curso postrero de nuestros ríos, querido José Luis, las aguas avanzan en calma. El seguro azar de entonces vuelve a reunirnos: en aquel momento para augurar tu espléndida carrera literaria; ahora para dejar constancia explícita de tu labor, todavía larga de esperanza en el porvenir. Felicidades, amigo, y que nos sigamos viendo como cada día, porque como decía Sem Tob: "Turable plazer puedo / dezir del buen amigo / lo que me diz entiendo, / e él lo que yo digo."
Josefina Martínez Álvarez
Club de Prensa de La Nueva España. 21 de Diciembre 2011
La infatigable búsqueda de una perfección inalcanzable (incluso aunque no sea más que aporrear las teclas de un viejo piano) es lo único que le da sentido a nuestra vida en este planeta.
*
La prueba por una vocación es el amor por la rutina que comporta.
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Las musas son vírgenes vengativas, que se vengan, inexorablemente, de aquellos que se cansan de sus encantos.
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El gran arte de la escritura consiste en hacer a las personas reales ante sí mismas mediante las palabras.
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El estilo es una varita mágica: todo lo que toca lo convierte en oro.
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Las palabras de los poetas tienen alas: ellos suben flotando sobre ellas las escaleras de los palacios.
*
Los buenos escritores deberían buscarle los cinco pies al gato juntos y, sentados los unos al lado de los otros, como amistosos simios, despiojar mutuamente su prosa.
*
La idea de ganar dinero con un libro de gran éxito popular y luego retirarse con los beneficios a escribir literatura seria, ésa es una de las trampas más habituales que el diablo tiende a los escritores.
Logan Pearsall Smith, Todas las trivialidades, trad. de Héctor Blanco, Oviedo, Trabe, 2010.
El pasado martes, 27 de diciembre, tuvo lugar la presentación del reciente libro de José Luis García Martín Arena y nada (La Grúa de Piedra), en el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander. Les dejo con el texto que el poeta Lorenzo Oliván leyó a modo de presentación.
Hoy tengo el
gusto de poder presentar en mi tierra (no es la primera vez que lo hago, pues
también presenté hace años en el Aula de Letras su libro de poemas Al doblar
la esquina) a un amigo que me acogió con mucha generosidad en la suya durante siete años, en mi etapa de
universitario.
Así
que he decidido hablarles de él primero desde una mirada entrañable, como si
dijéramos con las gafas de la sola amistad,
y luego desde una mirada más neutra, con las gafas del crítico.
CON
LAS GAFAS DE LA SOLA AMISTAD
Lo
primero que tengo que decir es que José Luis García Martín resulta un amigo
puñetero, picajoso, punzante, fustigador, enredador, liante, discutidor hasta
el más puro delirio, un amigo en definitiva que te obliga a estar con la espada
de la inteligencia y del ingenio desenvainada, siempre dispuesta al abordaje,
si no quieres dejarte arrancar la piel a tiras, ser colgado del palo mayor o
arrojado a los tiburones. Seguro que mis neuronas, en buena parte por él, se
volvieron menos acomodaticias desde que lo conocí allá por 1987 (hace ya casi
25 años, qué vértigo), y que tienen que
agradecerle el arte sutil de la
conversación que le saca punta a todo,
esa conversación en la que uno jamás puede bajar la guardia, en la que
se busca la chispa, y la explosión de
los argumentos enfrentados, por el bien de la intensidad, y por el bien, en
expresión literaria, del ruido y la furia que no cesan y que hacen que la
fiesta no decaiga jamás.
Él
ha contado muchas veces, y también lo cuenta en el prólogo del libro que
presentamos hoy, el deslumbramiento que le produjo cuando tenía 14 años su
visita a la primera biblioteca, que suponemos la del número 3 de la calle
Jovellanos en Avilés. Sin ese descubrimiento no se entiende al Martín devorador
de libros, y al Martín que los reinventaba y cambiaba en su cabeza porque sólo
le dejaban sacarlos de uno en uno, y
porque existían los fines de semana y las vacaciones. Imagínense ese
deslumbramiento de un adolescente y ahora imagínense a jóvenes de 18 y 19 años,
con sus primeras y pedestres lecturas poéticas, a los que alguien como García
Martín abre de par en par su biblioteca personal, repleta de la más variada
poesía extranjera y española. Mis amigos y yo, poetas como José Luis Piquero,
Pelayo Fueyo, Xuan Bello, Silvia Ugidos, Javier Almuzara y tantos otros,
tuvimos a nuestro alcance, a esa edad crucial, una casa llena hasta los topes
de poesía de todos los tiempos y lugares para hacer las delicias de cualquier
paladar. Hay que decir al respecto, en contra de la imagen de dogmático que
tienen de él algunos, que García Martín, al pedirle consejo sobre lecturas
posibles, siempre nos recetaba, según el estilo o poética que viese en cada uno
de nosotros, autores distintos, con los que pudiésemos sintonizar. Y en las
celebraciones era asimismo el amigo que conoce bien tus gustos y elige el
regalo mejor, la lectura que sabía que te tocaría más fibras sensibles.
En
aquella época, este temido crítico tenía asignada una página entera en el
suplemento cultural del periódico principal de Asturias, La Nueva España. A
menudo yo cambiaba las clases de los viernes en la Facultad de Filología por la
lectura, en cualquier café de Oviedo, de esos apasionantes artículos. Y si
había discrepancias o emocionada coincidencia de pareceres o dudas que se me
habían creado, me acercaba a tomarme con él el segundo café de la mañana, éste
bien conversado, en Los Porches. En la Facultad jamás me hablaron de Rilke, de
Keats, de Kavafis, de Auden, de Eliot, de Larkin, de Eugenio de Andrade, de
Pessoa (bueno, sí, una analfabeta que por no saber no sabía que Alberto Caeiro
era un heterónimo). No digamos ya nada de escritores y poetas últimos. Sin
embargo, por paradojas de la vida la Universidad ovetense malgastaba por
entonces la sabiduría de García Martín teniéndole enseñando fonética o
no sé qué otra rama de la lingüística en la Escuela de Magisterio.
Supongo
que él se vengaba dando clases
magistrales en las tertulias Oliver y San Remo, donde el que aquí les habla
aprendió más de poesía que en todas las asignaturas y en todos los cursos de
doctorado universitarios.
La
crítica suele estar empeñada en sumarle estatura a quien hace tiempo que ya no
crece más y en restársela a quien sí que
está en edad de crecimiento. En ese contexto habitual, García Martín, muy
juanramonianamente, siempre ha alentado a los jóvenes, ha puesto peros a los
mayores, y ha enterrado a alguna que otra momia de olor rancio que, según
otros, salía de su tumba en olor de multitudes. Donde el crítico corriente
nunca se moja, él acostumbra a soltar un fresquísimo y sano chaparrón. A veces
se le descubre contando sólo una media verdad, pero como contrapartida muchas
veces es el único que se atreve a contar verdad y media.
Se
puede estar de acuerdo o en desacuerdo con lo que opina, con algunas de sus
valoraciones del hecho poético o con su canon personal. Así y todo no creo que
haya nadie que le pueda discutir su profundo conocimiento de la poesía, en
especial de la de los últimos 111 años, por utilizar una cifra redonda, es
decir, de la de todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI.
“Era
duro estar solo, pero mucho más aún sentir vergüenza de estar solo”, dice en
uno de sus poemas. Pese a tanta tertulia y tanta charla, pese a tanta crítica
atrevida y demoledora, estamos ante un gran solitario y un gran tímido. De ahí
su necesidad de fabricarse una segunda piel, una coraza; de ahí su pasión por
Pessoa y los juegos de apócrifos. Cuando dirigía la revista Jugar con fuego
más de uno felicitó a Ángel González o a Francisco Brines por poemas
supuestamente de ellos que había escrito el propio García Martín.
Hay
un Martín chispeante, puñetero, sabio, sagaz, analítico, que es el que lleva
brillantes gafas de miope y es el que mira hacia fuera. Pero a veces en la
tertulia se quitaba las gafas un momento y con ellas un pedazo de máscara, y
asomaba el rostro cansado, frágil, sensitivo, interrogante, angustiado del
solitario que es. El que asoma en su mejor poesía, en títulos para mí
indispensables como Treinta monedas o el citado Al doblar la esquina, esa
poesía llena de monólogos dramáticos, esa voz llena voces que nos hablan en silencio cuando uno,
alejado del cliché en que nos encasilla un rol social, encerrado consigo mismo
sólo puede hacer tertulia con su legión de fantasmas.
CON LAS GAFAS DEL CRÍTICO
García
Martín nos da el dato en la introducción de Arena y nada de que suele hojear
al menos 5 libros al día, de los que acostumbra a leer uno en profundidad. Si
multiplican esa cifra por 365 días y por, pongamos, 45 años la cifra que se
obtiene es la de 82.125, libros de los que este lector voraz habla con algún
mínimo conocimiento de causa o con muchísimo conocimiento de causa. Pero es que
estamos ante un autor que ha practicado todos los géneros y que lleva más de medio
centenar de títulos publicados entre poesía, ensayos, diarios, narrativa,
teatro o traducciones. Sólo en este año 2011 han aparecido el conjunto de
relatos Las noches de verano, la antología poética La aventura, el diario Para entregar en mano, Lecturas y lugares (entre el diario y el artículo
literario) y el libro de versiones que hoy presentamos.
No
resulta de extrañar que una de las sombras tutelares de este escritor sea
Borges, no sólo por su erudición, sino por la mezcla que se da en el maestro
argentino de una erudición de verdad y de mentira.
En
su primera gran recopilación de versiones y traducciones, La Biblioteca de
Alejandría, decía haberse inspirado en títulos harto significativos. Quédense
con ellos : Versiones y diversiones de Octavio Paz o Aproximaciones de José
Emilio Pacheco. Yo añadiría, aunque allí no se menciona, el de su amado amigo
Víctor Botas, Segunda mano, en el que Botas arremetía contra los traductores
fieles diciendo que la fidelidad en este terreno de la traducción suele denotar
una clara impotencia. En la misma
dirección, García Martín afirma: “Los libros son material perecedero que
necesita renovarse cada día. En materia de lectura no tengo nada de amante
fiel, sino más bien de promiscuo don Juan” y se define como “sultán libidinoso
que no se conforma con su nutrido harén”.
Estamos
ante una especie de gran caníbal de la poesía, que cree que cada lector ha de
hacer de ella carne de su carne, en un acto desaforado de amor, que da riqueza
al propio hecho poético.
Por
si alguno no se ha dado cuenta a estas alturas el escritor que hoy tenemos aquí
es un tipo con carácter al que le gusta tener en todo la última palabra, y que
ha hallado en este terreno de la traducción un campo perfecto para poner sus
puntos sobre sus íes y para enmendarle la plana al más pintado. Si ya le he
retratado antes inventándose poemas de Ángel González o de Brines, ¿cómo no va
a inventarse poemas de autores lejanos en el espacio o el tiempo o incluso por
qué no va a inventarse a los autores mismos? Sabemos por ejemplo que Yakamochi,
al que aquí se le atribuye un poema titulado “Dentro y fuera”, fue un poeta
japonés del siglo VIII, uno de los compiladores de la primera antología poética
en la historia japonesa, en la que
él transcribió, reescribió y rediseñó un
número desconocido de antiguos poemas. García Martín no sólo reescribe y
rediseña sino que va mucho más lejos. Para comprobar la labor de reescritura
basta con comparar por ejemplo el poema dedicado por Antonio Beccadelli a una prostituta
y el que nos encontramos en “Arena y nada”, con cambios, cortes importantes y
modificación radical de la estructura originaria buscando un final más
contundente. Pero aparte uno se pregunta si junto al Yakamochi real existieron
o no Kon Myógum, Tu Chi Nang y tantos otros, o García Martín está jugando a
engañarnos como a chinos. ¿Hemos de creer que en la Ville de Menton encontróun borrador inédito de Jean Cocteau que traduce coplas populares escuchadas
durante sus estancias en Andalucía o estamos ante legítimos juegos de espejos
que ya utilizaron en nuestra propia literatura Fernando de Rojas o Cervantes?
Cada cual que haga sus apuestas, pero para despejar la incógnita deberían tener
en cuenta que a este autor le apasionan las fantasmagorías y que por estas
páginas cruza el fantasma de un tal Alvaro Fueyo que recuerda al poeta de carne
y hueso Pelayo Fueyo, y aparecen unos supuestos poemas de Benito Soto, el
pirata de Pontevedra, que el traductor duda que sean de Benito Soto y que
atribuye más bien a Alvaro Cunqueiro. “A
veces traduzco la clase de poemas que nunca me atrevería a escribir”, dejó
dicho en La Biblioteca de Alejandría. Y como una gran mascarada podría verse
este conjunto, pero , ojo, recordando que la impunidad de las máscaras saca a
la luz a menudo una personalidad encubierta. ¿Cuánto de dolorosa confesión
martiniana puede haber por ejemplo en estos tres versos atribuidos a Cocteau? :
Qué triste / tener siempre razón / y equivocarme en todo”
Aparte
de como gran amante caníbal de la literatura, García Martín se retrata también
como un adicto a los amigos y un adicto a los viajes. “Estas vagas antologías
temáticas se leyeron en una reunión de amigos que lleva celebrándose
puntualmente cada viernes, desde hace más de treinta años”, nos advierte.
Teniendo en cuenta que son diez las secciones, la estructura recuerda vagamente
el Decamerón, con sus diez jornadas, aunque aquí no cuadren a diez
composiciones por cada una. En esas reuniones para dejarse ser en amistad, como
decía Gil de Biedma, la peste de la que se huye es de la soledad, porque,
contradiciendo a Pessoa, la literatura para este poeta, como se nos indica en
una de esas diez partes, siempre ha sido
su manera de no estar solo. Los viajes,
como digo, y el ensalmo de los nombres constituyes otras presencias reales e
importantes en el libro. Aquí pasamos del cementerio lisboeta “Prazeres” a
“Charing Cross Roud”, haciendo escala en Mondoñedo o una villa francesa. Por
ahí asoma mucho el escritor de diarios que habita el Hotel "Universo".
En
definitiva, he aquí un libro tan ancho como el mundo y que abarca miles de años
porque quien lo ha escrito sabe que el hombre, en las culturas más distantes,
no varía en lo esencial. (Jardines de bolsillo. 3000 años de poesía tituló
García Martín su anterior recopilación de versiones). Un libro cuyo fin es convocar sombras (a
menudo tramposas, a menudo chinescas) que lo que resaltan es el perfil, las
obsesiones, las predilecciones de quien las saca a la luz.
Un fragmento
de “Pabellón chinés” atribuido a Kenneth Rexroth, habla de “Gatos caseros,
gatos vagabundos, todos gatos sin dueño”. Eso son todos los poemas del mundo para este autor: gatos sin
dueño, que él hace suyos convertido en
el rey de los gatos, en un gato sabio, experto, de mirada penetrante y, sobre todo, en un
gato con muchas, muchísimas ganas de
liar la madeja.
En el mundo de
la literatura, ¿quién puede querer liebres pudiendo tener gatos? Dejen que este
libro de versiones y diversiones les dé gato por liebre, aunque sólo sea porque
los gatos resultan infinitamente más misteriosos. Jueguen con el fuego que hay
en estas páginas. Jueguen con el juego mismo y díganme luego si el gasto (y el
gato) de comprar y leer Arena y nada no ha merecido la pena.
LORENZO OLIVÁN. Santander. 27 de diciembre de 2011
José Luis García Martín, Arena y nada,Santander, La Grúa de Piedra, 2011.
Pocos poetas se presentan, en un primer libro, con la lección bien aprendida. Normalmente, la ópera prima, está llena de titubeos, deslices e indecisiones varias, pero este no es el caso de Sergio Fernández Salvador. En su Quietud (La Isla de Siltolá, 2011) aflora un poeta verdadero; con algún ligero tropiezo (léxico rebuscado y excesivamente retórico, para mi gusto), pero con paso firme y la vista puesta en el buen camino. Tal vez lo anecdótico de su nota biográfica (la que sólo nos dice su fecha de nacimiento y que se trata de su primer libro) favorezca esta formación de poeta que ha esperado el tiempo de maduración oportuno para dar a conocer su obra; muy alejado del impulso de publicar lo primero que se escribe, algo propio de los poetas jóvenes. No pretende Sergio Fernández Salvador ser un poeta novedoso y rompedor, si no, más bien, tradicional y muy apegado a su tierra leonesa. Nos regala buenos poemas como "Nocturno", "Larus Michaellis", "Nighthawks", "Per se", "Moneda última"... Y este "Vidas de las bolsas" al que le he cogido mucho gusto.
VIDAS DE LAS BOLSAS
Aquí en el vertedero donde juntas yacemos, y de qué triste modo, con nostalgia pensamos en nuestra breve historia. Nos diseñan, nos prensan, nos estampan una marca a la que nos debemos. Y no es tan mala vida en un principio la del supermercado o el videoclub, en la espera anhelante de servir con humildad a aquel que nos creó. Lo malo comienza al consumarse aquel uso primero: al imperio sujetas de la mano del hombre, cuál de nosotras no sufrió en su día desechos, maloliente calzado, ropa sucia, por no hablar de otros trances no menos humillantes y penosos. Prolijo sería detallar nuestra dispar llegada a la desolación de este recinto, hechas jirones, fétidas, ya tan solo alentadas por la visión de aquellas compañeras que supieron burlar a su destino e ignorando fronteras, tiempo y mapas, se elevan al azar con libertad de alondra.
Soberbia estirpe humana. Nunca comprenderán que alienta vida hasta en lo más pequeño.
Sergio Fernández Salvador, Quietud, Sevilla, La Isla de Siltolá, 2011.
El próximo miércoles, 21 de diciembre a las 19:00 horas, en el Club de Prensa de La Nueva España (Oviedo), tendrá lugar la presentación del libro Arena y nada (La Grúa de Piedra), de José Luis García Martín. Además de contar con la presencia del autor, intervendrán Josefina Martínez Álvarez (directora de la Cátedra Emilio Alarcos) y Luis Alberto Salcines (editor y director de La Grúa de Piedra).
Ayer recibí el último libro de José Cereijo, Antología personal (Polibea, 2011), con lo que mis anaqueles albergan su obra completa hasta la fecha. Debo darle las gracias a José por semejante regalo. Siempre es gratificante volver a su lectura y más, si cabe, al tratarse de una selección propia (y muy acertada) de su obra. Reúne, pues, textos de todos sus libros: Límites (colección Melibea, 1994), Las trampas del tiempo (Hiperión, 1999), La amistad sileciosa de la luna (Pre-Textos, 2003), Apariencias (Renacimiento, 2005) y Música para sueños (Pre-Textos, 2007). Precisas e inteligentes son las palabras con las que nos lo presenta Enrique García-Máiquez en el prólogo y también en sus Rayos y truenos.
Por desgracia esta inmejorable Antología personal no se distribuirá en librerías. Les dejo el enlace de la editorial por si alguien, seguro que muchos, quiere adquirir esta joya: Editorial Polibea (Pedidos)
Para los que no estuvieron en la puesta de largo de Las noches de verano (La Isla de Siltolá, 2011) de José Luis García Martín, el pasado jueves en La casa del Libro de Sevilla, les dejo las palabras de la presentación de José Luis Piquero.
Presentación de Las noches de verano
Hace unos 80 años, varios escritores e
intelectuales vinculados a Oxford empezaron a reunirse regularmente para hablar
de literatura y contarse historias. Entre ellos figuraban C. S. Lewis, J. R. R.
Tolkien, Owen Barfield o Charles Williams. Se dieron a sí mismos el nombre de
Inklings, que significa indicios, presentimientos. La editorial Isla de Siltolá
ha querido recuperar ese espíritu de intercambio, de discusión y de camaradería
literaria con una colección de libros y el encuentro entre autores y lectores.
Esta tarde presentamos la segunda entrega de esa colección, Las noches de verano, una colección de
relatos a cargo de José Luis García Martín, poeta, crítico literario, narrador,
columnista, polemista incansable, factor de nuevos creadores. Y muchas cosas
más.
Empezaré
con una petición: créanse todas las historias que aparecen en Las noches de verano. Y eso porque toda
mentira fictiva tiene algo de verdad, igual que en toda verdad hay mucho de
ficción. Si A sangre fría es una
novela real, no menos lo es Lolita. En la magia de la literatura
todo es cierto.
Dicho
esto, y como hace el propio autor en su prólogo, les invito a participar en las
tertulias de estas noches de verano, para hablar en medio de la oscuridad (se ha
ido la luz) con una cerveza delante y una historia que contar. El conde de
Brezoán les invita a su pazo, desde el que parten caminos invisibles que llevan
a Venecia, a Lisboa o a Coney Island. Por aquí desfilan las figuras fantasmales
de Pessoa, de Aleister Crowley o de Vicente Blasco Ibáñez, como si la muerte
hubiese sido abolida, y se oye a Philippe Jaroussky cantando “L’heure exquise”
o la voz de alguien que musita unos versos de Omar Jayyam: “Disfruta del
momento: sólo dura un momento”.
Porque
este libro trata justamente de eso, de unos nuevos Inklings que se reunen una
noche cualquiera para invocar fantasmas. ¿Que es un fantasma? Como escribió
Joyce en el Ulises, “alguien que se
ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de
costumbres”. Y qué es la literatura sino una sesión de espiritismo, una llamada
a la reencarnación de aquellos que han muerto o se han ausentado. Como los
jóvenes nobles del Decamerón o los peregrinos de Canterbury, los Inklings de Las noches de verano se encierran para
hacer literatura conversacional y espantar la soledad. Y sus historias abren
inesperados laberintos y dan lugar a nuevas historias, como una muñeca rusa que
se reproduce sin parar. Novelas dentro de novelas, mentiras y verdades.
Literatura.
Gracias
a esa magia, asistimos a una gran fiesta en un palacete veneciano, junto a Paul
Morand, el Agha Khan, Jean Cocteau o Lady Churchill; nos paseamos por el gran
despacho de Benito Mussolini, que al fondo de la estancia, ajeno a nuestra
presencia, permanece enfrascado en sus papeles; o nos refugiamos en una quinta
de las afueras de Lisboa, huyendo de una guerra cercana, protegidos por un
talismán, una piedra azul que también representa la literatura, la salvación,
la evasión de una realidad menos acogedora que la realidad fictiva. Todo eso y
mucho más es lo que encontrará el lector en Las
noches de verano. Una tertulia de amigos a la que todo el mundo está
invitado.
Unas
palabras sobre su autor y sobre mí mismo. Hace más de veinticinco años me
recibió en su casa y tuvo a bien leer mis primeros esbozos poéticos. Desde
entonces, su magisterio y su amistad, nada complacientes sino exigentes y
rigurosos, no han cesado y puedo afirmar que mi dedicación a la literatura se
la debo a él. Así que es un honor acompañarle hoy en Sevilla y, por una vez,
darle yo la palabra, pues ese es justamente el regalo que él me entregó y nos
entrega en cada nuevo libro: la palabra. Gracias por todo, Martín.