jueves, 24 de junio de 2010

Passing-shot

Hoy la noticia deportiva no está en el mundial de fútbol. El protagonismo se lo llevan -o deberían llevárselo- dos jóvenes tenistas sobre la hierba de Winbledon. Ninguno es un número uno -ni lo serán-, tampoco tendrán -seguramente- posibilidades de ganar un Grand Slam en su carrera. Sin embargo, entre ayer y hoy, han escrito sus nombres en la historia del tenis profesional. La hazaña: jugar un partido de más de 11 horas. Me tiemblan las piernas con sólo ver el resultado. Y es que yo soy incapaz de pasar más de tres horas sobre una pista de tenis. Lo que no sé es lo que aguantaría Joan Vinyoli.

PASSING-SHOT

Largo tiempo instalado
en esta plataforma de los sueños
desfibrados y estériles, sin trama,
tan diferente al juego
de cada día en la pista,
rojiza, apisonada,
donde rebotan cada vez, durísimas,
las pelotas furiosas que me lanzan
mis contrarios.
Intento, como un loco,
correr hacia la red, llegar al fondo,
levantarme, agacharme, dar un salto,
nunca flexible, fuerte, nunca a tiempo
de devolver todos los passing-shots
que sin parar me tiran.

Ya sé que tengo
perdida la partida, que de nada
me servirán los breves
momentos de descanso entre los juegos,
la húmeda toalla
que te baña la frente,
algún vaso de tónica o de té
-ni pensar en el dóping:
ya es tarde para eso.
Y me digo: ¿qué haré
con los restos de vida que me quedan
demasiados gastados, tan inútiles
para seguir el juego?
Ya lo sé: hasta el último día
correré a duras penas, renqueando.
Y no sabré o no tendré valor
para acabar sin gritos ni lamentos.

Nuevamente me instalo
en mi pequeña plataforma
de sueños, cada vez
más frágil, siempre a punto
de despertar del todo y dar
en tierra.


Joan Vinyoli, Y que el silencio queme por los muertos, trad. de Carlos Marzal y Enric Sória, Valencia, Pre-Textos, 2010.


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